lunes, 29 de agosto de 2011

Irene ya fue...


Caminando por la zona central de Washington, es difícil encontrar evidencia alguna que la noche anterior pasó ni siquiera un huracán, sino una tormenta medianamente importante. Las calles están casi secas, y por ahí una rama caída parece indicar que el viento fue fuerte. La ciudad funciona sin problemas y todo marcha como es debido.

Es recién a la noche que veo algo que podría llamarse serio: un árbol caído, sobre un auto, en la zona más cercana al Potomac. Eso apenas acompaña a otras muestras menores del impacto de un huracán curioso: si bien los vientos en la zona central tenían fuerza de huracán, ya no había un ciclón de por medio. El ojo del huracán se desarmó cuando pasó en la mañana del sábado por Carolina del Norte, y nunca más se reorganizó. Esto hizo que los vientos se concentraran mucho en una zona y sobre todo que no se volvieran "convectivos", es decir que no se alimentaran de abajo a arriba produciendo tornados y en general fortaleciendo la circulación del viento y la lluvia.

Resultado: Irene lost its mojo, como dijo un meteorólogo en televisión. Por eso no hizo daño en las zonas que parecían más amenazadas, pero sí llevó mucha lluvia consigo. Veintitantos muertos e inundaciones impresionantes hasta Vermont demuestran que fue una tormenta seria, pero las áreas urbanas pasaron piola y tanto Washington como Nueva York quedaron mojadas, pero sin grandes daños. Filadelfia la pasó peor, pero tampoco tanto.

Eso explica que si bien la expectativa fue enorme, al final uno pudo dormir tranquilo, sin mucho ruido salvo la gente festejando en el hotel, sin sustos ni cortes de luz, sin casi alteraciones de la rutina. Al día siguiente todo volvió a la normalidad de inmediato y la actitud de la gente oscilaba entre "ya ven, pura exageración de la prensa" hasta "mejor prevenir que lamentar". Igual queda esa sensación extraña de anticipación de lo desconocido, esa impresión no muy grata de un porvenir inmediato completamente fuera de nuestras manos. El huracán no hizo nada, pero si los vientos del frente frío que venía de Canadá lo empujaban un par de kilometros, no hubiera tocado tierra en Carolina del Norte, y es altamente probable que se hubiera mantenido como un huracán organizado sobre el mar, y a pesar de no ser muy fuerte como ciclón, igual su alcance, sus lluvias y vientos, hubieran sido mucho mayores. Y los resultados, consiguientemente, mucho peores.

Entonces uno aprovecha para caminar y gozar de un día hermoso. ¿Huracán? ¿Cómo puede uno pensar en eso al final de un día en que hasta el memorial de Martin Luther King está abierto? Se suponía que lo inauguraban ("dedicaban") hoy, y una placa cercana lo dice todavía. Pero no se pudo, por precaución. Lástima. Es un sitio muy inspirador.


Uno menos en mi lista: terremotos, tornados, nevadas, huracanes. Ninguno muy serio, pero uno va conociendo el mundo a punta de desastres naturales.
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domingo, 28 de agosto de 2011

Tecnología: la falsa seguridad

La tecnología, las computadoras en particular, suelen ser presentadas como solución a casi cualquier problema. Basta usarlas para “modernizar”, en un sentido banal, toda actividad. En los temas de seguridad ciudadana también se aplica este razonamiento falaz. Lo interesante es cuánto nos dice la experiencia respecto a la utilidad de la tecnología, pero también cuánto es cuestión de cómo se la usa, y sobre todo, de la decisión de usarla bien.

Basta con ver el caso de Nueva York: la ciudad que hasta los ochenta era sinónimo de caos urbano, de violencia y descontrol, es ahora la metrópoli más segura de los Estados Unidos, según casi todos los indicadores de seguridad ciudadana. En un país donde la policía es responsabilidad de las ciudades, y donde el comando es finalmente civil, lo que ocurrió fue una transformación de la acción policial por decisión política e implementación de especialistas de fuera del departamento de policía local.

Esto no niega, ni por un instante, que no subsistan problemas con la policía de Nueva York; pero indica que es posible cambiar los indicadores, bajando el número de asesinatos, de robos violentos, y de crímenes en general. Lo mismo está sucediendo en Los Ángeles, donde el problema de corrupción alcanzaba niveles sudamericanos.

Una de las claves es la información: mediante el uso de un sistema llamado COMPSTAT, que sistematiza mediante computadoras la información del crimen en la ciudad, los comandantes pueden identificar dónde y cuándo ocurren los incidentes, y movilizar los recursos necesarios para impedir que ocurran actos criminales. Es decir, la tecnología era usada con fines claros y bien planteados, y los tomadores de decisión usaban esa información para actuar con claridad y rapidez.

En una escala completamente distinta, en Chiclayo está ocurriendo algo parecido. Como reporta Marco Sifuentes (http://www.infos.pe/2011/07/chiclayo-celulares-y-pistolas/), un fiscal ha creado un sistema de seguimiento de extorsionadores en una modesta hoja de Excel, que ha permitido disminuir el robo de taxis en la ciudad con más crimen violento, per capita, del país. Poca información pero bien procesado, y sobre todo bien usada, ha bastado para tener un impacto directo.

El contraste con la acción policial en el resto del país resulta chocante: es sabido, y vivido por muchos limeños y peruanos, que las oleadas de crimen ocurren debido a que un grupo de delincuentes “peina” una zona por varios días, a veces semanas, repitiendo sus acciones, como asaltos a personas que llegan a sus casas, o a jóvenes con mochilas que sugieren computadoras, o personas en vehículos caros. Robos oportunistas pero que hasta cierto punto son predecibles, y que sin embargo no son atacados con la misma claridad de propósito. Claro, ocasionalmente los delincuentes son capturados en el acto, o a veces muertos. Pero el problema de fondo continua; la información existe, pero no se procesa; al no procesarse, no existe capacidad de patrullaje predictivo. Pero sobre todo, no existe iniciativa alguna para recoger, procesar y actuar en base a esa información, por parte de los que deberían estar tomando la decisión correcta.

Si bien el caso aquí planteado es preciso, no por ello deja de ser válido para casi cualquier ámbito de acción del estado: la falta de claridad de propósito nos está haciendo mucho daño. La posibilidad de enfrentar el crimen con más y mejor información está a nuestro alcance pero no se la implementa; esto es el reflejo de una indolencia estructural frente a la manera de gestionar la seguridad pública, que alcanza a la policía, al ministerio público, a la clase política, pero también a la ciudadanía. Iniciativas tan sencillas como quenoteroben.pe demuestran que es posible generar la información incluso sin intervención policial, pero lo que no se nota es ganas de intentar cambiar la manera como se hacen las cosas, más allá de la cantidad de policías en las calles, o de los beneficios penitenciarios, o de cualquier otra idea.

En suma: no es la tecnología la que solucionará el problema, pero puede ser una buena herramienta para intentar lograr una solución al crimen en nuestro país. Lo que necesitamos es imaginación, ganas y sobre todo decisión para reconocer que la manera como la policía está organizada no es pertinente, y que es necesario poner más énfasis en las decisiones tácticas locales, en la estrategia fundada en buena información, y sobre todo, en el trabajo bien organizado para conseguir y usar buena información.

Todas las comisarías interconectadas del mundo no servirán de mucho si solo se usan las computadoras para seguir haciendo las cosas como siempre. El cambio es posible, y no tiene que ser tan caro ni tan complejo. Lo que falta, es decisión política y claridad institucional.
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Publicado originalmente en NoticiasSER el 24/08/2011

sábado, 27 de agosto de 2011

Irene ya viene...

El martes 23 un temblor inusual pero más bien suavecito golpeó varias ciudades de la costa este de los EEUU. Yo estaba llegando a Miami para viajar esa noche a Washington, y me enteré ya yendo a la capital, cuando una encantadora madre de familia me contó que estaba huyendo de las Bahamas, porque el huracán Irene estaba por llegar.

El temblor fue el tema de la televisión esa noche, y de buena parte del día siguiente. El miércoles fue hermoso, casi a punto de ser muy caliente, pero ideal para caminar por los grandes espacios abiertos alrededor del Mall. Irene comenzó a ser una sombra esa noche, cuando quedó claro que tras golpear las Bahamas, debería ir en dirección más o menos perpendicular de Washington.

Para el jueves estaba claro que Irene quería ir a Nueva York, no a Washington, y que si bien era una gran tormenta no era muy fuerte. Las zonas costeras la iban a pasar mal, y al parecer Nueva York podía sufrir mucho, pero Washington, pues no tanto.

Igual, la expectativa es dura. ¿Se cerrarán los aeropuertos y me quedaré varado? ¿Se cortará la luz? ¿Habrá que evacuar? En fin, escenarios varios que eran alimentados por los medios, mientras que los habitantes de la ciudad tenían más bien una actitud relajada. Habría que esperar al sábado...

Llegó el sábado, y a las ocho de la noche, queda claro que la ciudad está en una normalidad extraña. Los negocios están cerrados, se ha cancelado la inauguración del monumento de Martin Luther King, el hotel me dice que está preparado. Pero la gente no ha puesto tripley en sus ventanas, no han habido colas en los supermercados, y en general nadie tiene pánico.

Yo llegué a mi hotel tras una caminata de siete cuadras desde el metro, que funciona con completa normalidad pero poquísimo público. La lluvia, que cae desde el mediodía, es parecida a la de la selva, pero el viento es considerablemente más fuerte: solo los vientos de Holanda son comparables, ráfagas que te dan un ligerísimo empujón, que voltean el paraguas, y que ciertamente te mojan. Los homeless están esperando que se cierre el metro para entrar a la estación, que parece va a ser su refugio; los habitantes caminan como para comprobar que pueden caminar, en polo y shorts, mostrando que en realidad no les preocupa lo que pasa.

El agua corre, el viento sopla, y me pregunto, inevitablemente, si algún árbol cercano se caerá pronto, o si alguna baldosa floja cederá a mi paso. Faltando una cuadra el viento arrecia y es casi inevitable pisar el agua, aunque no importa porque mis zapatos y mis pantalones ya están completamente mojados. El tráfico es suave, y eso facilita las cosas porque no hay que respetar los semáforos y se puede avanzar tan rápido como el paso de pato que se adquiere bajo la lluvia lo permita.

Finalmente veo las luces de mi hotel, un asunto singular que pretende ser una discoteca de los setentas, con neón, cortinas de terciopelo y música disco en todas partes. Logro llegar y la única diferencia aparente es que hay un mensaje esperándonos: no habrá servicio al cuarto porque hay poco personal; toallas para secarse esperan, y ya está. El resto es como una fiesta, como una posibilidad de diversión. Nadie está preocupado.

¿Cómo irá a ser? Misterio completo. La lluvia no va a parar, pero el mejor escenario es que para el mediodía del domingo el sol habrá secado casi todo y que se podrá salir a caminar. Por lo menos el hotel ofrece que desayuno habrá. La predictibilidad del huracán contrasta con la única experiencia de desastre que tiene un limeño, y sin duda la actitud de eficiencia que los negocios tienen como parte de su naturaleza hace que todo parezca simple y nada preocupante.

A esperar. La tormenta pasará cerca hacia la medianoche, por suerte lejos de la marea alta, que es particularmente alta porque es luna nueva. Las cosas que uno jamás considera en Lima, aquí toman importancia...

A esperar.
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viernes, 12 de agosto de 2011

La PC: que treinta años son nada...


Esa primera computadora de IBM, la computadora personal, es la bistatarabistataraabuelita de la computadora con la que muchos de uds. están leyendo esto.

Para ella, Microsoft creó el DOS, que estuvo por mucho tiempo en la base misma de Windows (hasta el XP al menos), y se hizo alrededor del chip Intel 8088, que es parte de la familia de microprocesadores que hasta hoy impulsan tanto las PC con Windows o Linux como las Mac, estas desde el 2006.

Con una variante de maravillosos 256 KB de RAM aprendí, en 1986, a programar en Pascal. Con una XT con disco duro de 30 MB hice mi memoria de bachiller. Ahora, con mi MacBookPro, heredera de todo esto, webeo en casa.

Mi colección de Burn Notice, mi gusto por la Penguin Cafe Orchestra, mis intentos de edición de fotos, mis libros, mi correo electrónico, existen en buena medida, porque tengo una computadora personal a mi disposición. Y realmente, todo comenzó con la IBM 5150. Apenas hace treinta años, cuando salió a la venta en los EEUU por módicos 1565 dolares de aquel entonces, algo así como 3500 dólares de la actualidad.
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miércoles, 10 de agosto de 2011

Preservación

(Soy columnista ocasional de Noticias SER, un esfuerzo encomiable y de alta calidad para hacer periodismo descentralizado. Voy a copiar mis columnas aquí solo por comodidad de referencia y facilidad de recuperación).

Todos los días, sin que nos demos cuenta, muchas personas dejan un gran testimonio de la cultura de nuestros tiempos. Lo hacen además sin asumir que son parte de la cultura, sin rollos ni discursos. Lo hacen a través de medios digitales, y poco a poco crean un enorme tapiz que refleja nuestra época.

El ejercicio de subir un video a YouTube, o de colocar una foto en Flickr, o de crear un blog sobre asuntos locales, es un acto de creación, o por lo menos de registro, cultural. Esto, sin contar las acciones explícitamente "culturales", aquellas que son realizadas por personas o colectivos que se asumen creadores artísticos en el amplio sentido de la palabra. Un reflejo cotidiano de lo que los peruanos somos y de cómo vivimos y sentimos nuestra peruanidad, en todas sus posibles acepciones, contradictorias como son.

Reivindicar esta capacidad de creación es importantísimo, dado que una de las grandes ventajas de nuestros tiempos digitales es que la posibilidad de registrar y difundir lo que queramos es cada vez más común, más asequible. De la escasez de una foto ocasional, guardada en un cajón y mostrada ocasionalmente a amigos incautos, ahora pasamos a un despliegue de voces que muchas veces nos impiden ver el bosque por el árbol: los casos individuales de fotos, videos o textos nos parecen banales cuando no lamentablemente atorados de mal gusto; el reflejo de la totalidad es un paseo gratuito por lo que los peruanos sentimos, gustamos y apreciamos.

¿Quién se preocupa de este patrimonio "digital"? En un país en el que no hay esfuerzos sistemáticos para la preservación de nuestro patrimonio cultural no monumental, lo digital ni siquiera está en agenda.

Estados Unidos tiene un registro nacional de películas, parte de su biblioteca nacional (1), en el que se garantiza que las grandes obras de su cinematografía serán preservadas para la posteridad. Se discute, aunque no se implementa todavía, mecanismos similares para lo digital, incluso para manifestaciones relativamente menores.

Es imposible preservar todo, pero por lo menos algo debería estar guardándose. Salvo los materiales que se conservan como depósito legal, que es un tema distinto con un propósito distinto, el Perú no tiene nada parecido a una política de preservación de nuestro patrimonio mediático, y no se hace nada para garantizar que nuestras expresiones cotidianas en lo digital sean recogidas o siquiera reconocidas como tales por quienes podrían estudiarlas.

Puede sonar a mucho, y quizá para algunos, la idea de poder ver, en veinte años, “Jarjacha” en versión digital les parezca irrelevante. Pero la realidad es que nuestra cultura incluye a “Jarjacha” (2) tanto como a “Al fondo hay sitio” y a “Pásame la Manty”(3). Y si queremos tener contacto con esas expresiones de lo que somos, tenemos que confiar en que YouTube y algún afanoso coleccionista local mantendrán nuestras posibilidades de acceso intactas.

¿No sería mejor confiar en que nuestro Ministerio de Cultura piense ese tema? ¿No sería bueno que se acepte que lo digital, sea como expresión original o como levantamiento histórico, es digno de preservación?

Notas:

1) www.loc.gov/film/filmnfr.html
2) http://www.youtube.com/watch?v=yXTatGxF6NU
3) http://www.youtube.com/watch?v=s6ZGpDRCQMM

Publicada originalmente el 10/08/2011.

sábado, 6 de agosto de 2011

Sampa

El nuevo Imperio Brasilero tiene una capital aparente, una capital formal, y una capital real. La primera es Rio de Janeiro, que nos engaña con la imagen de un Brasil ligero, fiestero, ruidoso y cálido, en dos acepciones complementarias del término. La formal es Brasilia, ese triunfo del empeño y monumento al concreto, que creo yo, es un gusto adquirido. La capital real es Sao Paulo.

No se trata solo de escala, o de arquitectura. Sao Paulo es la prueba más contundente del poderío de Brasil, no el de ahora, el de hace rato. La Avenida Paulista, por ejemplo, con sus impresionantes edificios de varias décadas pero con retazos de su ambición palaciega, con un bosquecito nativo, con un museo de clase mundial, y también con pobres en los rincones esperando la noche, con tienditas baratas, para los precios brasileros al menos. Los contrastes del poder desbordado, en una ciudad siempre a punto del colapso, lista para quedarse atracada bajo su propio peso de 18 millones de personas cada vez más capaces de consumir, comprar y vender. La Paulista es uno de los grandes resúmenes de Brasil que Sampa regala al visitante.

Claro, decir que se conoce Sao Paulo es como decir que se conoce el mundo: una ciudad de esa magnitud no puede si no dejar impresiones. Habiendo ido ya cuatro veces, tengo más de una impresión, pero no creo que ni viviendo en ella podría conocerla.

¿Es el idioma? El portugués es hablado de muy distintas maneras en Brasil, para no hablar del incomprensible dialecto que usan en Portugal; la experiencia de ver un noticiero por Globo es completamente ajena al incesante murmullo, incomprensible en su musicalidad, que suena en cada momento en la ciudad. Más que el idioma, lo que hace fascinante al Sao Paulo de ahora es que solo se escucha portugués: no hay sino muy ocasionalmente, en zonas muy turísticas, otros idiomas. Poquísimo inglés, poco español, quizá algo de chino o coreano, pero el portugués es predominante cortesía de lo inasequible que es Brasil para el turista extranjero (costo de vida casi escandinavo).

¿Es la comida? A pesar de su magnitud, Brasil es un país con relativamente pocas variantes culinarias. Carne, de excelente calidad, con arroz preparado sin gracia, frejoles hechos sin mucha imaginación, y por ahí otros complementos. Claro, abundan las opciones, pero asombra la falta de diversidad. Pero los brasileros comen mucho, y los Paulistas podrán tener una vida agitada pero igual se arriman generosos almuerzos de comida de kilo, o tipo buffet, o mejor todavía, tipo rodizio, donde la comida sale y sale y sale y uno puede continuar hasta morir.

¿Es el aire? Sao Paulo tiene ráfagas de viento muy fuertes, tiene sol pero su invierno es significativo y este último ha sido crudo; pero es una ciudad muy arbolada, con restos de bosque original por muchas partes, y donde hay cuidado por la limpieza. Claro, la contaminación es apabullante porque siete millones de autos necesariamente llenan de polución el medio ambiente, sin importar cuántos árboles hayan; la basura puede ser recogida todo el tiempo pero con tanta gente no hay forma que no se acumule en montañas, a la espera de un mejor destino.

¿Es el tiempo? Los paulistas bromean, apenas, y aseguran que ellos son los que trabajan en un país de relajados. Lo cierto es que si trabajan es cuando tienen oportunidad. Creo que trabajan con intensidad y pasión por dos razones: porque los brasileros son intensos y apasionados, y porque no saben si podrán trabajar al día siguiente, o cuántas horas podrán hacerlo. Suena melodramático, pero ambas afirmaciones tienen su lógica detrás.

La pasión brasilera se constata cuando uno ve a una persona conversando con otra en la calle, y se imagina una disputa vital, un argumento de fondo, un debate de amantes, para solo descubrir que uno le pregunta por una dirección al otro. Todo se acompaña de una gesticulación italiana y una gestualidad facial francesa, y se matiza con la capacidad brasilera para ignorar el entorno y actuar como si el mundo no existiera: en plena hora punta, con gente corriendo a toda velocidad para alcanzar el repleto vagón final del metro, una pareja no se suelta de las manos en la escalera mecánica, impidiendo que los demás avancen. La pareja, al menos en la Paulista, bien podría ser homosexual: desde Amsterdam no veía tantas parejas del mismo sexo actuando como enamorados en las calles, tomados de la mano mientras ven tiendas.

La inseguridad sobre el mañana no es ontológica, es práctica: al salir del más bien modesto Guarulhos, el taxista anuncia con simpatía pero sinceridad: "de una a tres horas" para llegar al destino. Llegamos en cincuenta minutos, y el taxista nos explicó que en realidad, "nunca se sabe". Así es: nunca se sabe. Sao Paulo vive al límite, justo a tiempo del colapso, justo antes del abismo, y no solo literalmente. Aunque la criminalidad es un problema, igual las calles están llenas de gente con joyas y celulares caros, y los bares al aire repletos, y los carros de lujo (hay concesionario de Lamborghini, ¿qué tal?) abundan. Pero igual nadie sabe si llegará a tiempo, si la ciudad decidirá que hoy hay que esperar 30 minutos o tres horas en un semáforo, o si de pronto las obras se demoraron más de lo debido y nadie, nadie de nadie, sabe qué está pasando o cuándo terminará. Entonces no queda si no armarse de paciencia, virtud que los Paulistas dominan mejor que los limeños, puesto que los conciertos de bocinazos, los ataques al semáforo y el tomar ventaja de cualquier atajo no son cosas que uno vea en cada esquina.

En fin, generalizaciones y generalidades aparte, Sao Paulo es un coloso frágil, que muestra claramente a dónde va el mundo. Las certezas organizativas, la eficiencia y la aparente prosperidad total del capitalismo occidental están siendo reemplazadas por la confusa riqueza de los BRIC, por la mezcla de eficiencia a trompicones, de pobreza evidente, de caos alrededor del cual uno aprende a moverse, de un país como Brasil. Quizá ese sea el futuro del mundo: la ausencia de claridad sobre ideales de bienestar. Brasil es uno de los polos emergentes en un mundo desbocado, en una economía global pero sin predominio de una megapotencia. Sao Paulo es un ejemplo de lo que nos espera, y un modelo de lo que podemos ser o evitar convertirnos. De cualquier forma, es un placer casi culpable.
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