martes, 24 de octubre de 2017

El Censo nacional o la responsabilidad política de los tecnócratas

El consenso está claro: el censo 2017, que tuvo lugar el 22 de octubre, ha fracasado. No solo por problemas severos de cobertura, sino porque se lo percibe como un error fundamental, una oportunidad perdida.

No se trata solo de la percepción, fragmentada creo yo, de ausencia de preguntas; ni tampoco sobre la idea, generalizada entre ciertos sectores, que se pudo hacer con una metodología distinta, usando otros medios, o simplemente sin paralizar el país por buena parte de un día (a pesar de los beneficios ambientales). El problema fundamental ha sido una tecnocracia anclada en un modus operandi precisamente tecnocrático, que no ha sabido o querido conectarse con la ciudadanía; una ciudadanía que puede no estar bien informada ni saber para qué sirve un censo, pero que puede quejarse en la enorme caja de resonancia que constituye el tejido digital contemporáneo, alimentando de paso a nuestros medios masivos, vividores de los medios sociales.

Una tecnocracia anticuada, que insiste no solo en hacer el censo de una manera determinada, sino en actuar bajo patrones autoritarios pero ineficientes: decreta inamovilidad y paralización del transporte público solo para desmentirse cuando queda claro que salvo mediante una declaración nacional de estado de emergencia, no se puede impedir la circulación de las personas; y que el transporte público tiene que funcionar, por ejemplo para las personas que se tomaron el trabajo de planificar viajes con mucha más antelación que la que el Estado Peruano tuvo para anunciar sus medidas.

Pero aún: esta tecnocracia optó por no politizar lo que debía, la importancia y urgencia de un Censo, exigiendo los recursos que el gobierno optó por no transferir. Como mencionó un experto, el Censo peruano ha costado aprox. 1,7 USD por ciudadanos: en Ecuador o Chile se suele gastar 4 USD. Aceptemos que pro cuestiones de escala puede costar menos en el Perú, pero no menos de la mitad. Se ha querido hacer barato, y por eso el ridiculo y despropósito de publicidad en parte de los materiales censales.

Tampoco se hizo política al dejar de enseñar y convencer, y escoger ser autoritario: amenazas inconducentes que dejaron de lado el pedido de colaboración; explicaciones incompletas y poco convincentes sobre los convenios firmados. Falta de protección de los voluntarios, que culminó con las agresiones y la violación de una voluntaria en Villa El Salvador, agravada por la falta de reacción de los dirigentes encargados. Una suma de desastres.

La unica pregunta no objetiva del Censo, la cuestión por la auto identificación, sirve como ejemplo de la falta de claridad: aunque sirviese para que muchos se pregunten o cuestionen por la singular combinación de ancestros y costumbres como categoría única, donde además para muchos se mezcla con la noción subyacente de "raza" para interpretar la dimensión ancestral, lo cierto es que la pregunta tenía un propósito preciso, pero una justificación pobre: ¿realmente la falta de políticas para las poblaciones vulnerables / postergadas tiene como causa la falta de información? No cuesta mucho trabajo darse cuenta que por ahí no iba la necesidad de hacer la pregunta, y la falta de un discurso claro al respecto terminó por volverla una broma para muchos.

Ahi está la cuestión de fondo: en sociedades fragmentadas, confusas y confundidas, pero altamente conectadas, es absurdo pretender que no se deba politizar un evento como el Censo. Politizar además es mediatizar: es tener estrategias claras y bien definidas de copamiento de los espacios mediáticos para darle al evento la naturaleza buscada, para minimizar la mala onda y aumentar la buena disposición, pero sobre todo para que haya buy-in, para que la ciudadanía asuma que es util, incluso con sus limitaciones.

Por ejemplo: aparte de la consistencia de la data a lo largo de los censos, puede haber buenas razones para no incluir el uso de bicicleta como medio de transporte; la estimación inicial, los estudios preliminares, la data comercial (importaciones y ventas de bicicletas) puede indicar que no es un dato relevante fuera de cierto sector social, y que siendo este un Censo Nacional, es necesario incidir en aquello que es nacionalmente relevante. Estoy especulando, pero bien puede ser esa la razón.

También puede ser que simplemente a nadie se le ocurrió. Pero ver el Censo como un evento politico implica tener personas que son capaces de pensar en las consecuencias políticas de las decisiones, y pasar a preparar respuestas o argumentos sobre lo dicho. Así, se logra minimizar malas lecturas y se logra más compromiso ciudadano.

Es evidente que no existió nada de eso, y que el INEI optó por tratar a los ciudadanos como proveedores de datos y no como parte interesada, como stakeholders del Censo; o que si los consideró así, lo hizo desde la olímpica distancia que los tecnócratas peruanos suelen adoptar. Por un lado, gobierno centrado en el ciudadano; por el otro, te meto preso si sales a la calle cuando un funcionario te ordena que no lo hagas.

Una vez discutida la experiencia y asumida la realidad; una vez que se tenga claro que no se puede planificar tan mal y terminar haciendo un desastre luego de estresar a todo un país; luego que se defina la mejor y más moderna y viable manera de hacer el Censo, incorporando las preguntas más importantes y recogiendo toda la información posible de otras fuentes para no alargar el proceso innecesariamente: ahí hay que pensarlo como un evento que requiere compromiso ciudadano. Un compromiso que se logra con información y tratando a los peruanos como parte del proceso y del logro, no como datapoints que hay que interrogar.

lunes, 9 de octubre de 2017

BR 2049

Esto es una suerte de reseña / comentario sobre Blade Runner 2049 (BR2049), dividida en dos partes: un comentario general y luego un comentario con spoilers. 

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Hay un problema de escalas en BR2049. No es lo que dura, que no me parece demasiado más allá de la incomodidad que pueda causar a algún espectador. Es la escala de la historia, y la escala de la realización.  

Parte de lo que hizo a Blade Runner la película que fue, tenía que ver con la manera como el envoltorio confundía el fondo. Una historia de detectives simple, para nada trascendental, envolvía una reflexión sobre qué es ser humano y qué es explotar a tus semejantes. Cuando uno miraba un poco por debajo de la que aparentaba ser la historia (la captura de los replicantes en fuga) encontraba un tesoro. Todo esto además, decorado con un diseño de producción espectacular y una realización muy lograda. 

Los críticos en 1982 vieron primero la historia de detectives y notaron sus fallas: personajes poco logrados, casi en caricatura; trama confusa y espasmódica; errores de continuidad y de ejecución bien groseros. El resultado fue una condena masiva: película poco lograda, poco convincente. Los que fueron a ver una película de ciencia ficción vieron algo distinto: una mascarada que mostraba un audaz mundo nuevo; una nueva materia para hacer nuestros sueños, o nuestras pesadillas. Batty al morir que nos conmueve hasta las lagrimas que se perderán en la lluvia; Sebastian tratando de ser feliz en su debilidad y siendo víctima de ella; Tyrell, para variar, el demiurgo destruido por su creación; la fuga trunca, rehabilitada por Scott al quitarle el ridículo happy ending forzado por el estudio. 

Podemos discutir si se trata de una obra profunda o significativa, pero Blade Runner fue una obra que tocaba una fibra concreta que apenas se manifestaba en la imaginación detallista del futuro. Jordan Cronenweth, el director de fotografía tras la dirección de Scott, logró crear una paleta de imágenes poderosa, que permitía enmarcar la reflexión sobre la humanidad de manera casi perfecta; qué decir del diseño de producción, que desde el saque, con esa visión infernal de Los Angeles en llamas, impacta a cualquiera. Que la trama, que los personajes, que la continuidad: nada importaba. No necesitas ser Shakespeare para marcar un hito narrativo, aunque sea por un tiempo. Salir del cine imaginando cómo enfrentar un replicante y terminar aprendiendo gracias a él qué es ser humano, sumergidos en la lluvia y las aglomeraciones confusas de ese Los Angeles incomprensible: eso era lo que hizo a Blade Runner el referente mítico que todavía es. 

Pero parte de la gracia es que Blade Runner es un ejemplar de una especie casi extinta: la película para adultos de mercado medio. El cine de Hollywood ha sufrido una transformación brutal que significa que una película financiada en parte independientemente, con apenas un acuerdo de distribución con un estudio, no puede ser “genero”, es decir ser calificada en un genero especifico como la ciencia ficción, sin estar dirigida de manera explícita a ese mercado. Es decir, una película de terror puede ser relativamente barata porque su marketing y distribución se organiza alrededor de un publico definido; similarmente para comedias románticas o películas  infantiles. No hay espacio para películas para “adultos”, es decir para un publico mayor de 21 y que no descansen en una apelación global, simplificada; el género no permite seriedad, solo pastiches. 

El día que vi por primera vez BR2049, un trailer de Titanes del Pacífico agredió mis sentidos. No siendo aficionado a ese tipo específico de película, no logré diferenciarla de Transformers o incluso de los Power Rangers hasta que el titulo apareció en pantalla. No digo que sea una película buena o mala: es una película definida en los términos de su género, y dirigida a un publico enorme que espera que las convenciones del genero sean respetadas. En ese contexto, una película como Blade Runner, que es “género” pero que no responde a las escalas y demandas comerciales de lo que ahora es dicho “género”, no existe. Como el Terminator original, no hay espacio para hacer una película así sin la expectativa del blockbuster, de millones invertidos para lograr millones de ganancia; esto aunque hayan más “Rey Arturo: La Leyenda de la Espada” que películas que rindan lo esperado. No mencionemos intenciones artísticas: lo importante es el éxito. 

Entonces BR 2049 tenía que ser un evento: es una superproducción, que tiene que lograr que mucha más gente que aquella que podría interesarse orgánicamente en ella vaya al cine, pagando por la cancha y demás accroutrements de la experiencia contemporánea de una sala de cine. Esto le da medios al cineasta pero también lo obliga a responder a ciertas demandas. 

Obligados a tener un evento, casi un tentpole film, que satisfaga a los viejos fans pero que capture a nuevos espectadores, con presupuestos desbordados y nombres reconocibles, la distancia entre el modesto original y el intento de blockbuster contemporáneo es notable: en la primera apenas Harrison Ford era un nombre conocido; ahora tenemos a Jared Leto actuando de Jared Leto, a Ryan Gosling luego de La La Land, a Robin Wright haciendo de Claire Underwood en una oficina del futuro, y a otros jóvenes o no tan jóvenes recibiendo todo el foco de la atención porque están en la esperada secuela (que en realidad nadie esperaba) que tiene que ser un éxito (como no lo fue la original) y que además debe ser un reflejo de la visión singular del primer director pero también el producto original y definido  de la sólida mano de una estrella emergente como Denis Villenueve. Deakins tiene que ganar un Oscar (finalmente) como no lo consiguió Cronenweth; si el diseño de producción ganó premios (en el Reino Unido, curiosamente) esta vez los Oscares deben llover sobre todo el equipo, sonido incluido; y la música, oh, la música: Vangelis vivirá en un panteón al que ni Hans Zimmer ni nadie puede llegar gracias a sus piezas originales. 

Demasiado junto. BR 2049 tiene que servir a tantos amos que parece mentira que pueda funcionar. 

Y lo hace. Es una gran película, en los términos y confines del genero cinematográfico en el que se encuentra. No es para llevar a alguien que no sienta afinidad por las virtudes y temáticas que expone, y ciertamente incluso para el aficionado marginal la experiencia puede ser agotadora en su extensión. Pero es un artefacto impecable, visualmente impactante, sonoramente apabullante y con metáforas y escenas que pueden inspirar a generaciones. 

(…hic sunt spoilers…)

Aparte del ya mencionado problema de escala, derivado de la lógica comercial de Hollywood, BR 2049 adolece de ser demasiado importante para la humanidad. De pronto, ya no es un caso policial: es la posibilidad de una alteración del orden natural, más allá del caos momentáneo que un replicante agresivo puede causar. Podemos postular que la Corporación Tyrell colapsó por la ausencia de su fundador, asesinado por Roy Batty en su búsqueda de respuestas; pero eso es daño colateral. Aquí en cambio, Jared Leto quiere dominar al mundo a través de los hijos de replicantes que al parecer podrá controlar a punto de ingeniería genética y megalomanía, y apenas la terquedad de Joshi y la dedicación casi escolar de K pueden impedirlo. Los secretos ocultos en la memoria (¿real? ¿implantada?) de K solo cobran importancia gracias a que Leto los quiere. 

Deslizándose por la superficie de la desbaratada cosmopolis, K vive una vida tan aburridamente burguesa como la tecnología se lo permite. El prejuicio anti “skin jobs” es brutal pero curiosamente no parece preocuparle; la convivencia con formas alternativas de conciencia, como Joi, está naturalizada por completo. El LA de Her ha sido pasado por un basurero decimonónico, inorgánico, digno de Dickens;  y luego por los desechos de la civilización por venir, para resultar en la Los Angeles sin más luz que el neón y los hologramas gigantes. Desolada, la humanidad convive consigo misma sin mucha más ilusión aparente que sobrevivir, sin el ideal revisionista de la fallida Elysium para sostenerse. No hay esperanza; ¿para qué hay policía? 

Esa es la primera cosa que salta a la vista, y que quizá por sesgos profesionales me llame más la atención. Wallace Corp. parece dominar el mundo, no habría un estado y su aparato, pero sí policía, que no trabaja para ellos pero es vulnerable por completo. Un recurso distópico que no me calza, o que no se elabora lo suficiente. La agresión performativa que es Jared Leto termina de complicar ese ángulo de la película; del otro, de la resistance, el bosquejo es demasiado apresurado, apenas dos escenas inconexas y hay que asumir la presencia de una señora (singularmente mayor) para que creamos en semejante alternativa. Las luchas de poder que parecen ser el motivo de la historia son débiles, y hacen frágil la trama. 

La búsqueda misma entonces pierde fuerza, porque si se supone que es la lucha por la vida misma, por el futuro de la tierra, solo vemos el ejercicio individualista de un replicante confundido tratando de encontrar sus propias raíces. ¿K busca su identidad, asombrado al descubrir que sus recuerdos son reales y por lo tanto, suyos (interesante, muy lograda prestidigitación)? O quizá K es un angel vengador, o tal vez solo quiere entender las preguntas nunca formuladas, antes que recibir las respuestas. 

Si la potencia de Blade Runner está en las preguntas subyacentes, la debilidad de BR2049 esta en sus respuestas implícitas. Los replicantes no tendrán alma pero tienen voluntad de poder, quieren ser libres. Ergo, son algo más que replicantes pero algo menos que humanos; si se pueden reproducir, ¿son híbridos, si Deckard es humano, y por lo tanto infértiles? ¿O son puros y fértiles, si Deckard es replicante? No vamos por ahí, solo por afirmar su vocación de libertad, de no ser esclavos. El por qué no queda claro, ni siquiera como una pregunta. 

Esa debilidad hace que BR2049 sea más espectáculo que Blade Runner pero menos poema que su original. La ausencia de algún soliloquio potente incide en esta carencia del ser; la idea de libertad no tiene un origen claro pero tampoco es una premisa, y ambas ausencias nos impiden preguntarnos el por qué de la vocación por la libertad; el contraste con la pregunta implícita sobre qué es ser humano de la primera, pregunta que nacía sola desde los soliloquios o las simples afirmaciones de hecho (“but then again, who does?”), nos deja en cierto paramo existencial. La lucha de K no tienen las resonancias ontológicas de la búsqueda fallida de Batty.  El mal es demasiado grande para la cuestión tan precisa que nos lleva a la sala de cine; el bien no se logra articular. La conspiración por la libertad es un desaliñado borrador, que no logra convencer; el deseo de poder es apenas los disfuerzos de un actor mal escogido. 

Pero la saturación sensorial, la capacidad de meternos sin remedio en un mundo apabullante y desalentador, sí son perfectas. BR 2049 ocupa el mismo universo emocional que Blade Runner, pero no se preocupa por las mismas emociones. Eso no impide que podamos experimentar las búsquedas como ejemplo perfecto de construcción de mundos, de eso que el cine sigue teniendo como epitome y gloria. BR2049 nos sumerge en una hondonada de emociones que invocan un pathos mucho más denso que cualquier otra película con vocación de blockbuster. El tempo de la exposición es calmo, y funciona: el descubrimiento del juguete abandonado en el memory hole del orfanato infernal por K; el aserto de la veracidad de las emociones por la Dra. Stellini; la muerte de Joi, pero sobre todo el regreso al simulacro que luego enfrenta K: todos esos momentos son magnificos y dejan marca en la experiencia de emociones. 

El momento glorioso, ahi donde BR2049 podrá reclamar un lugar en el panteón, es la escena de amor. Todo lo que se pudo imaginar hasta ahora, aunado al uso de tecnología para contar una historia (en vez de subordinar la historia al sonido y la furia de la tecnología), aparecen en ese increíble instante en que de pronto las dos realidades, la replica biológica y la construcción digital, se funden en una mujer para que el simulacro orgánico tenga lugar. No hay sexo, quizá porque mostrar una petite mort involucraría un conjunto de emociones demasiado complicado para los que no sabemos si están vivos. Pero es una escena sincera, emotiva y emocionalmente, y que nos abre más puertas que las que cierra. Si se puede amar siendo un holograma, ¿para qué hemos de reclamarnos especiales en nuestros desamores? 

Todo eso, más la limpidez narrativa de Villenueve —que incluso en los momentos más literalmente turbios logra mostrarnos una historia clara y sin rodeos— hacen que el resultado sea digno de las casi tres horas que toma. Se sale del cine contento y con ilusión, pero un vago deseo de ambición subsiste. Es una película que envuelve y sacude aunque no sea para nada perfecta, y sobre todo, no sea tan provocadora como la primera. Es una experiencia que vale la pena pero que deja el sinsabor de lo que no se llegó a decir. Lástima. Lo que dice es hermoso, duro y potente, y sin el antecesor sería más que suficiente. Frente al espejo de hace 35 años, queda un vacío. 





jueves, 5 de octubre de 2017

Blade Runner, o la utopia no deseada

Hoy, 5 de octubre de 2017, se estrena la secuela de Blade Runner.

No, no era necesaria. La película original es una obra cerrada que no requiere una continuación, que no fue diseñada para ella, y que bien podía quedarse sola, incólume al riesgo de ser destrozada por un desavisado productor ávido de extraerle dinero a los fans. Pero existe la secuela.

No, no fue una película bien hecha. Su trama es relativamente simple, fue filmada con apuro, y fue víctima de las obsesiones del director, que prefirió gastar energía y dinero en la escena del salón de Tyrell antes que en la continuidad; que permitió que se estrenara con bloopers de sincronización de audio o de doblaje memorables por su torpeza; que finalmente incluyó torpezas como la "escena de amor" entre Deckard y Rachel, tosca y francamente árida.

Pero lo que logró Ridley Scott fue crear una obra audiovisual que más allá de la trama simple o las fallas de estructura, explotaba el medio hasta un resultado magnífico; y se conectaba con la tradición de la literatura fantástica / especulativa tanto en trama como en escenas individuales, ofreciendo trascendencia y emoción al lado de apelación al intelecto.

Es decir: visualmente espectacular, pero provocando preguntas y diálogo poderosos, en la mejor tradición de la ciencia ficción, Blade Runner pasó de ser una película menor, sin éxito, a un clásico. Construyó no solo un mundo sino un referente narrativo, y no solo cinematográfico. Un mundo horrendo, del que jamás se podría hacer una serie de television porque saldríamos corriendo; un mundo desolado, en el que los ecos de la tragedia ecológica que es central a la novela en que se inspira resultan claramente desalentadores. Un mundo donde el paraíso no está al alcance, ni siquiera como imágenes concretas. La versión adulta de la tierra de Wall-E, digamos.

Luego de años de optimismo inspirado en el potencial tecnológico, que culminó con las misiones a la Luna y con cine como 2001, la Tierra volvió a ser el locus de la imaginación. Dejamos de ilusionarnos con el futuro que traerían otros o que construiríamos, para pensar en lo que haríamos con nuestro hogar. El pastiche de novela negra con devastación ecológica, insinuado más que explícito, que se construyó en Blade Runner, fue lo que permitió detenernos y pensar en la realidad que venía y qué significaba ser parte de ella. Pensar en utopía indeseables se convirtió en el nuevo ideal.

Entrar al cine en el lejano 1984 (por esas cosas de la vida, recién la vi dos años después de estrenada, luego de perseguirla sin éxito hasta por tres países), y ser confrontado con los planos iniciales, fue una saturación sensorial única. Ahi la película te capturaba o te dejaba sin interés: formado en casi dos décadas de viajes espaciales y ciencia ficción de todo tipo, ver esa imagen simplemente me dejo atónito y me hizo sumergirme en las sensaciones y las ideas, antes que en la historia, que se nos presentaba en la pantalla. Las críticas de la época no fueron nada generosas, porque vieron una película con huecos narrativos y actuaciones gruesas: los que teníamos la sensibilidad adecuada vimos una metáfora sobre la condición humana disimulada en una novela negra y con los visuales más espléndidos, decadentes y detallados que se habían hecho hasta entonces. De la azúcar y crema chantilly de Star Wars al café espresso de Blade Runner hay el mismo salto de una matinee infantil a una cena de adultos. Eso se sentía al verla: una película en serio que presentaba hermosamente, temas serios.

Como buen fan, la he visto más veces de lo que puedo recordar: en el cine, en television y doblada, en cable, en DVDs, en archivo descargado. He visto las cinco versiones y he comparado mentalmente cada una. No tengo solo escenas favoritas: tengo planos favoritos. Cierro los ojos y puedo ver un Spinner descendiendo frente al Bradbury Building, el unicornio que Gaff dejó a la entrada del departamento de Deckard, el descenso de las cortinas en el estudio de Tyrell, Pris a contra luz deslizándose por las calles decrépitas de LA; me he sorprendido escuchando la música de los créditos finales luego de ver un ascensor cerrarse delante mío.

Espero algún día encontrar el momento preciso para citar las palabras correctas de Gaff;  se que a cada rato no me atrevo, aunque quisiera, a enunciar el soliloquio final de Batty, que quiero creer recordaré al morir, porque sigue siendo las más contundentes "famous last words" que puedo imaginar.

Blade Runner no es una obra maestra. Pero marcó mi vida y me sirve como referente para imaginar lo bueno y lo malo del arte y de la vida. Hoy que veré la secuela, estoy seguro que disfrutaré, sin comparar sino refiriéndome y citando mentalmente la primera. Respeto enormemente al director: Denis Villenueve ha hecho joyas y ahora tiene en sus manos la oportunidad de entrar al panteón. Las criticas son generosas y positivas.

No quiero experimentar lo mismo que en 1984, porque no es posible. Lo que quiero es sentir como me sentí el 84: quiero salir del cine tan emocionado, ilusionado e intelectualmente estimulado como cuando vi por primera vez Blade Runner, aunque haya tomado 33 años.