lunes, 9 de octubre de 2017

BR 2049

Esto es una suerte de reseña / comentario sobre Blade Runner 2049 (BR2049), dividida en dos partes: un comentario general y luego un comentario con spoilers. 

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Hay un problema de escalas en BR2049. No es lo que dura, que no me parece demasiado más allá de la incomodidad que pueda causar a algún espectador. Es la escala de la historia, y la escala de la realización.  

Parte de lo que hizo a Blade Runner la película que fue, tenía que ver con la manera como el envoltorio confundía el fondo. Una historia de detectives simple, para nada trascendental, envolvía una reflexión sobre qué es ser humano y qué es explotar a tus semejantes. Cuando uno miraba un poco por debajo de la que aparentaba ser la historia (la captura de los replicantes en fuga) encontraba un tesoro. Todo esto además, decorado con un diseño de producción espectacular y una realización muy lograda. 

Los críticos en 1982 vieron primero la historia de detectives y notaron sus fallas: personajes poco logrados, casi en caricatura; trama confusa y espasmódica; errores de continuidad y de ejecución bien groseros. El resultado fue una condena masiva: película poco lograda, poco convincente. Los que fueron a ver una película de ciencia ficción vieron algo distinto: una mascarada que mostraba un audaz mundo nuevo; una nueva materia para hacer nuestros sueños, o nuestras pesadillas. Batty al morir que nos conmueve hasta las lagrimas que se perderán en la lluvia; Sebastian tratando de ser feliz en su debilidad y siendo víctima de ella; Tyrell, para variar, el demiurgo destruido por su creación; la fuga trunca, rehabilitada por Scott al quitarle el ridículo happy ending forzado por el estudio. 

Podemos discutir si se trata de una obra profunda o significativa, pero Blade Runner fue una obra que tocaba una fibra concreta que apenas se manifestaba en la imaginación detallista del futuro. Jordan Cronenweth, el director de fotografía tras la dirección de Scott, logró crear una paleta de imágenes poderosa, que permitía enmarcar la reflexión sobre la humanidad de manera casi perfecta; qué decir del diseño de producción, que desde el saque, con esa visión infernal de Los Angeles en llamas, impacta a cualquiera. Que la trama, que los personajes, que la continuidad: nada importaba. No necesitas ser Shakespeare para marcar un hito narrativo, aunque sea por un tiempo. Salir del cine imaginando cómo enfrentar un replicante y terminar aprendiendo gracias a él qué es ser humano, sumergidos en la lluvia y las aglomeraciones confusas de ese Los Angeles incomprensible: eso era lo que hizo a Blade Runner el referente mítico que todavía es. 

Pero parte de la gracia es que Blade Runner es un ejemplar de una especie casi extinta: la película para adultos de mercado medio. El cine de Hollywood ha sufrido una transformación brutal que significa que una película financiada en parte independientemente, con apenas un acuerdo de distribución con un estudio, no puede ser “genero”, es decir ser calificada en un genero especifico como la ciencia ficción, sin estar dirigida de manera explícita a ese mercado. Es decir, una película de terror puede ser relativamente barata porque su marketing y distribución se organiza alrededor de un publico definido; similarmente para comedias románticas o películas  infantiles. No hay espacio para películas para “adultos”, es decir para un publico mayor de 21 y que no descansen en una apelación global, simplificada; el género no permite seriedad, solo pastiches. 

El día que vi por primera vez BR2049, un trailer de Titanes del Pacífico agredió mis sentidos. No siendo aficionado a ese tipo específico de película, no logré diferenciarla de Transformers o incluso de los Power Rangers hasta que el titulo apareció en pantalla. No digo que sea una película buena o mala: es una película definida en los términos de su género, y dirigida a un publico enorme que espera que las convenciones del genero sean respetadas. En ese contexto, una película como Blade Runner, que es “género” pero que no responde a las escalas y demandas comerciales de lo que ahora es dicho “género”, no existe. Como el Terminator original, no hay espacio para hacer una película así sin la expectativa del blockbuster, de millones invertidos para lograr millones de ganancia; esto aunque hayan más “Rey Arturo: La Leyenda de la Espada” que películas que rindan lo esperado. No mencionemos intenciones artísticas: lo importante es el éxito. 

Entonces BR 2049 tenía que ser un evento: es una superproducción, que tiene que lograr que mucha más gente que aquella que podría interesarse orgánicamente en ella vaya al cine, pagando por la cancha y demás accroutrements de la experiencia contemporánea de una sala de cine. Esto le da medios al cineasta pero también lo obliga a responder a ciertas demandas. 

Obligados a tener un evento, casi un tentpole film, que satisfaga a los viejos fans pero que capture a nuevos espectadores, con presupuestos desbordados y nombres reconocibles, la distancia entre el modesto original y el intento de blockbuster contemporáneo es notable: en la primera apenas Harrison Ford era un nombre conocido; ahora tenemos a Jared Leto actuando de Jared Leto, a Ryan Gosling luego de La La Land, a Robin Wright haciendo de Claire Underwood en una oficina del futuro, y a otros jóvenes o no tan jóvenes recibiendo todo el foco de la atención porque están en la esperada secuela (que en realidad nadie esperaba) que tiene que ser un éxito (como no lo fue la original) y que además debe ser un reflejo de la visión singular del primer director pero también el producto original y definido  de la sólida mano de una estrella emergente como Denis Villenueve. Deakins tiene que ganar un Oscar (finalmente) como no lo consiguió Cronenweth; si el diseño de producción ganó premios (en el Reino Unido, curiosamente) esta vez los Oscares deben llover sobre todo el equipo, sonido incluido; y la música, oh, la música: Vangelis vivirá en un panteón al que ni Hans Zimmer ni nadie puede llegar gracias a sus piezas originales. 

Demasiado junto. BR 2049 tiene que servir a tantos amos que parece mentira que pueda funcionar. 

Y lo hace. Es una gran película, en los términos y confines del genero cinematográfico en el que se encuentra. No es para llevar a alguien que no sienta afinidad por las virtudes y temáticas que expone, y ciertamente incluso para el aficionado marginal la experiencia puede ser agotadora en su extensión. Pero es un artefacto impecable, visualmente impactante, sonoramente apabullante y con metáforas y escenas que pueden inspirar a generaciones. 

(…hic sunt spoilers…)

Aparte del ya mencionado problema de escala, derivado de la lógica comercial de Hollywood, BR 2049 adolece de ser demasiado importante para la humanidad. De pronto, ya no es un caso policial: es la posibilidad de una alteración del orden natural, más allá del caos momentáneo que un replicante agresivo puede causar. Podemos postular que la Corporación Tyrell colapsó por la ausencia de su fundador, asesinado por Roy Batty en su búsqueda de respuestas; pero eso es daño colateral. Aquí en cambio, Jared Leto quiere dominar al mundo a través de los hijos de replicantes que al parecer podrá controlar a punto de ingeniería genética y megalomanía, y apenas la terquedad de Joshi y la dedicación casi escolar de K pueden impedirlo. Los secretos ocultos en la memoria (¿real? ¿implantada?) de K solo cobran importancia gracias a que Leto los quiere. 

Deslizándose por la superficie de la desbaratada cosmopolis, K vive una vida tan aburridamente burguesa como la tecnología se lo permite. El prejuicio anti “skin jobs” es brutal pero curiosamente no parece preocuparle; la convivencia con formas alternativas de conciencia, como Joi, está naturalizada por completo. El LA de Her ha sido pasado por un basurero decimonónico, inorgánico, digno de Dickens;  y luego por los desechos de la civilización por venir, para resultar en la Los Angeles sin más luz que el neón y los hologramas gigantes. Desolada, la humanidad convive consigo misma sin mucha más ilusión aparente que sobrevivir, sin el ideal revisionista de la fallida Elysium para sostenerse. No hay esperanza; ¿para qué hay policía? 

Esa es la primera cosa que salta a la vista, y que quizá por sesgos profesionales me llame más la atención. Wallace Corp. parece dominar el mundo, no habría un estado y su aparato, pero sí policía, que no trabaja para ellos pero es vulnerable por completo. Un recurso distópico que no me calza, o que no se elabora lo suficiente. La agresión performativa que es Jared Leto termina de complicar ese ángulo de la película; del otro, de la resistance, el bosquejo es demasiado apresurado, apenas dos escenas inconexas y hay que asumir la presencia de una señora (singularmente mayor) para que creamos en semejante alternativa. Las luchas de poder que parecen ser el motivo de la historia son débiles, y hacen frágil la trama. 

La búsqueda misma entonces pierde fuerza, porque si se supone que es la lucha por la vida misma, por el futuro de la tierra, solo vemos el ejercicio individualista de un replicante confundido tratando de encontrar sus propias raíces. ¿K busca su identidad, asombrado al descubrir que sus recuerdos son reales y por lo tanto, suyos (interesante, muy lograda prestidigitación)? O quizá K es un angel vengador, o tal vez solo quiere entender las preguntas nunca formuladas, antes que recibir las respuestas. 

Si la potencia de Blade Runner está en las preguntas subyacentes, la debilidad de BR2049 esta en sus respuestas implícitas. Los replicantes no tendrán alma pero tienen voluntad de poder, quieren ser libres. Ergo, son algo más que replicantes pero algo menos que humanos; si se pueden reproducir, ¿son híbridos, si Deckard es humano, y por lo tanto infértiles? ¿O son puros y fértiles, si Deckard es replicante? No vamos por ahí, solo por afirmar su vocación de libertad, de no ser esclavos. El por qué no queda claro, ni siquiera como una pregunta. 

Esa debilidad hace que BR2049 sea más espectáculo que Blade Runner pero menos poema que su original. La ausencia de algún soliloquio potente incide en esta carencia del ser; la idea de libertad no tiene un origen claro pero tampoco es una premisa, y ambas ausencias nos impiden preguntarnos el por qué de la vocación por la libertad; el contraste con la pregunta implícita sobre qué es ser humano de la primera, pregunta que nacía sola desde los soliloquios o las simples afirmaciones de hecho (“but then again, who does?”), nos deja en cierto paramo existencial. La lucha de K no tienen las resonancias ontológicas de la búsqueda fallida de Batty.  El mal es demasiado grande para la cuestión tan precisa que nos lleva a la sala de cine; el bien no se logra articular. La conspiración por la libertad es un desaliñado borrador, que no logra convencer; el deseo de poder es apenas los disfuerzos de un actor mal escogido. 

Pero la saturación sensorial, la capacidad de meternos sin remedio en un mundo apabullante y desalentador, sí son perfectas. BR 2049 ocupa el mismo universo emocional que Blade Runner, pero no se preocupa por las mismas emociones. Eso no impide que podamos experimentar las búsquedas como ejemplo perfecto de construcción de mundos, de eso que el cine sigue teniendo como epitome y gloria. BR2049 nos sumerge en una hondonada de emociones que invocan un pathos mucho más denso que cualquier otra película con vocación de blockbuster. El tempo de la exposición es calmo, y funciona: el descubrimiento del juguete abandonado en el memory hole del orfanato infernal por K; el aserto de la veracidad de las emociones por la Dra. Stellini; la muerte de Joi, pero sobre todo el regreso al simulacro que luego enfrenta K: todos esos momentos son magnificos y dejan marca en la experiencia de emociones. 

El momento glorioso, ahi donde BR2049 podrá reclamar un lugar en el panteón, es la escena de amor. Todo lo que se pudo imaginar hasta ahora, aunado al uso de tecnología para contar una historia (en vez de subordinar la historia al sonido y la furia de la tecnología), aparecen en ese increíble instante en que de pronto las dos realidades, la replica biológica y la construcción digital, se funden en una mujer para que el simulacro orgánico tenga lugar. No hay sexo, quizá porque mostrar una petite mort involucraría un conjunto de emociones demasiado complicado para los que no sabemos si están vivos. Pero es una escena sincera, emotiva y emocionalmente, y que nos abre más puertas que las que cierra. Si se puede amar siendo un holograma, ¿para qué hemos de reclamarnos especiales en nuestros desamores? 

Todo eso, más la limpidez narrativa de Villenueve —que incluso en los momentos más literalmente turbios logra mostrarnos una historia clara y sin rodeos— hacen que el resultado sea digno de las casi tres horas que toma. Se sale del cine contento y con ilusión, pero un vago deseo de ambición subsiste. Es una película que envuelve y sacude aunque no sea para nada perfecta, y sobre todo, no sea tan provocadora como la primera. Es una experiencia que vale la pena pero que deja el sinsabor de lo que no se llegó a decir. Lástima. Lo que dice es hermoso, duro y potente, y sin el antecesor sería más que suficiente. Frente al espejo de hace 35 años, queda un vacío. 





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